Al amanecer ya brilla la Cruz
N° 1 - Diciembre 2000
Queridos amigos,
al final de este Año Santo, a todos los miembros del Movimiento de los Adoradores enviamos el primer número de este folleto: quiere ser un pequeña ayuda para volver a despertar en nuestro corazón el amor a Jesús Crucificado y el amor por la Santa Misa, renovación cotidiana del sacrificio de Jesús en el Calvario.
¡Feliz Navidad y feliz Año Nuevo!
Entrando al mundo, Cristo dice: "Tu, Padre, no quieres sacrificio ni ofrenda, sino que me has preparado un cuerpo.
Entonces dije: Aquí vengo para hacer tu voluntad, o Dios" ( Sal 39 ).
Dios nos ha consagrado, porque Jesucristo hizo la voluntad de Dios al ofrecer
su propio cuerpo en sacrificio de una vez para siempre.
( He 10,5-10 )
Así escribe el texto inspirado de la carta a los Hebreos.
Por eso, cuando el Hijo de Dios aparece en el mundo, encarnándose en el seno purísimo de María, ya se ofrece al Padre en sacrificio.
Cuando su ingreso en el mundo se manifiesta a través de su nacimiento, el Niño Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, es ya el Ofrecido al Padre.
Ha venido en el mundo para ofrecerse a Dios como adoración, la adoración que fue negada por el primer hombre y por los hombres pecadores.
La adoración que llega al sacrificio en la Cruz, para el perdón de los pecados del mundo, para que merezcamos la vida divina de la gracia santificante, el Paraíso.
El niño Jesús, que nace pobre y ha sido acostado en un establo, alabado por los pastores y por los magos, pero casi inmediatamente perseguido por Herodes, prófugo en Egipto, escondido casi como un exiliado en la casa de Nazaret, mezclado entre otros niños como uno de ellos, experto en el trabajo y en la fatiga, en las dificultades de la existencia y en las lágrimas desde sus primeros años de vida… ya es la Víctima que se prepara al sacrificio, más bien ya está sacrificándose a la gloria del Padre y por la nuestra salvación.
Cuando reza con los salmos, Él sabe que en ellos está su misma voz que habla al Padre: "Un cuerpo me has preparado.
Entonces dije: vengo para hacer, o Dios, tu voluntad".
Todo su camino se dirige hacia la cruz, Él no hace otra cosa que lo que tiene que hacer, Él sólo sueña este bautismo de sangre y fuego.
El Evangelio de la infancia acaba en el templo de Jerusalén cuando, a doce años, Jesús sorprende a los doctores con su sabiduría y dice a sus padres: "¿No sabéis que tengo que ocuparme en las cosas de mi Padre?" ( Lc. 2,49 ).
Él ciertamente ha hablado de las cosas del Padre con los doctores a los cuales, viviendo en la espera del Mesías, ¿qué podía interesar si no la llegada de Cristo y su misión en el mundo?
Con seguridad podemos pensar que Jesús con ellos habló del Mesías enviado por Dios a cumplir el sacrificio predicho por Isaías y por Jeremías. Su conocimiento de los Profetas, excepcional y extraordinario, sorprendió los sabios de Israel como si Él hubiera hecho ver que esta misión tendría que cumplirse con su sacrificio.
Pues ya Simeón, en el templo, cuando el pequeño Jesús fue presentado a Dios ( Lc 2, 22-35 ), dijo a María que su hijo habría sido "caída y resurrección de muchos", como "signal de contradicción" y por esta razón "una espada habría atravesado su alma de madre".
Por lo tanto se entreve una tragedia, un camino de pasión que empieza enseguida con su ingreso en el mundo, una cumbre de sangre.
Jesús, niño, ya es Sacerdote y Hostia del sacrificio. Su vida desde el amanecer es historia de amor y de llanto, de lágrimas y sangre: la Redención. Jesús en mi lugar y yo con Él.
Su sacrificio permanece eterno, nunca acaba: Víctima, aún en la gloria. La alabanza a Dios, la redención del hombre se hacen sólo a través del Crucifijo y de su sacrificio.
P.M.
La Santa Comunión es el Sacramento por excelencia, "el Santísimo Sacramento", porque ella nos da no sólo la gracia, sino contiene el Autor mismo de la gracia. Ella es un misterio de fe y un misterio de amor.
Es el misterio más grande de la religión que presupone la Transubstanciación y nos asegura la presencia real de Jesús Cristo todo entero, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad bajo las apariencias del pan y del vino.
Toda nuestra vida cristiana tiende a la Eucaristía como a su centro; el bautismo ya nos orienta en el espíritu de la Iglesia ( Véase Santo Tomás III. 73,3 ). Todos los demás sacramentos son sólo derivaciones de esta Fuente. Ellos preparan el hombre para recibir o consagrar la Eucaristía.
La Eucaristía representa la completa consumación de la Encarnación y le hace llevar todos sus frutos de unión. Nuestro Señor no sólo es nuestro modelo, nuestra víctima, sino también nuestra inseparable vida. Haciéndose hombre, Él tuvo nuestra naturaleza, dándose a nosotros en la Eucaristía Él toma cada uno de nosotros y se lo incorpora para vivificarlo.
De esta manera cada hombre está llamado a una unión física con su Jefe, unión que se renueva continuamente todos los días, si es posible. Esta unión es transitoria, pero sus frutos quedan impresos no sólo en nuestras almas, sino en nuestros cuerpos y será el comienzo de la Resurrección. [ …]
Tendremos que creer en el Misterio divino, bajo apariencias comunes; en la Eucaristía especialmente es necesaria toda la gracia del Padre para que los hombres superen las apariencias que obstaculizan los sentidos. Nadie puede, con el proprio esfuerzo, elevarse hacia esa fe, ciertamente Dios tiende su mano omnipotente al hombre y desea sólo levantarlo, pero es necesario también estrechar esta mano divina y dejarse guiar por ella.
( del Cuaderno 3° de Hermano Teodoreto, pág. 97-98 )
La vigilia de la Santísima Navidad, por la mañana, son las 6.30, hora en que habitualmente se celebra la primera Santa Misa, y me preparo en el santo nombre de Dios a recibir Jesús en la Santa Comunión.
Cumplido el acto, devotamente tomo asiento en mi banco en el coro.
Allá, con mi Jesús, yo pensaba en la caridad, la benevolencia que Jesús demuestra a todas sus criaturas, agradeciéndoLe con toda la efusión de mi pobre corazón a su gran dono que el Señor nos hace: no es suficiente todo el mundo para agradecerLe.
¡Y, en la profunda intimidad, el muy amable Señor Jesús Crucificado me dijo… ( ¡escuchad, queridos y devotos lectores en Dios, vosotros que tenéis el don de pertenecer a la devota y gloriosa Unión del Santísimo Crucifijo, y toda la pía Unión aproveche de esto! ) me dijo si estaba contento de Él!
¡O las maravillas de Dios! ¡Qué benignidad! ¡Qué alegría lleva en los corazones de sus devotos fieles!
¿Cómo puede ocurrir esto? ¡El señor se humilla a un pobre pecador como yo soy, lleno de imperfecciones y de miserias!
¡O en el Santísimo Jesús Crucificado y en la Santa Comunión de aquel Corazón herido cuántas gracias y cuánto amor confidencial, o Amor santísimo, salen que sorprenden el mundo entero!
He aquí las palabras exactas que Jesús en la Santa Comunión me dijo: "Leopoldo, ¿Estás contento de Mí?".
Vuelvo otra vez al Santuario la tarde siguiente, recuerdo a Jesús el bien, la caridad, la misericordia que me demuestra diciéndoLe: o mi querido Jesús, ¿Quién no está contento de Tí?
¡Del Santo Tabernáculo me hizo entender que muchos, muchísimos no lo
quieren!
( Dichos de Jesús Sacramentado )
( Del Diario de Fray Leopoldo Musso, vol. IV, n.1938, 24 Dec.1918 )