El sentido cristiano de la fatiga
N° 2 - Enero 2001
Queridos amigos,
la elevación de la Cruz constituye una de las misiones fundamentales entregadas por Jesús a Fray Leopoldo según el escrito del apóstol Juan: "Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mi mismo" ( Jn. 12,32 ).
Este programa de apostolado espiritual implica el regreso a una vida totalmente cristiana y constituye una importante advertencia e incitación por todos los adoradores de la Cruz que están en el mundo.
El título de este papelito de enlace no es casual, sino se refiere de manera clara a un trozo del Diario de Fray Leopoldo: "Hijo mío, tú estás todo concentrado en mí; y serás tú el que volverá a levantar mi Cruz de la tierra al cielo" ( Viernes 14.5.1909, 4.30 horas ).
"[…] y siguió siendo obedeciente con ellos" ( Lc. 2,51 ) - "Jesús tenía treinta años cuando empezó su trabajo" ( Lc. 3,23 ) - "Pues este era el hijo del carpintero" ( Mt. 13,55 ).
Ni en Roma o en Atenas y ni siquiera en Jerusalén quiso vivir Jesús, sino en Nazaret, pueblecito solitario de la Galilea.
Su vida fue común a la de cada hombre de su pueblo.
Habla el dialecto de la región, está con la gente símil a Él, simple y anónima. Tiene su familia y se ocupa de sus intereses, tiene parientes y amigos.
Tiene costumbres que lo ponen en evidencia, una presencia, un modo de caminar, un timbre de voz y una mirada inconfundible
La gente lo conoce como el hijo de María y José, el carpintero: sólo Él y sus padres conocen el misterio de su origen de Dios y de la Virgen María. Obedece con amor a sus familiares, observa la ley de Dios de manera perfecta, sobre todo por lo que atañe la oración. Vida de obediencia a María y a José, a la condición del trabajo, a su relación con Dios: relación única, como ya aparece a 12 años en el episodio del templo.
Curvo y ocupado en trabajar al banco de carpintero, con la cara empapada de sudor, el pelo caído en la frente, Jesús trabajaba continuamente: los golpes de martillo, el rumor del cepillo, el respiro fatigado, el polvo del taller… Jesús también trabajó para ganarse el pan y, en el pueblo, no quiso trabajo más digno.
Es un trabajo duro ( "ganarás el pan con el sudor de tu frente", Génesis 3,19 ), pero es el trabajo del Hombre - Dios: su sudor, antes que su sangre, empezó a redimir el mundo.
Jesús reza cada día con su familia y cada sábado con sus paisanos, pero sobre todo reza en la soledad ante su Padre.
Oración íntima, inefable, profunda.
Por 30 años ocurre esto: también la vida del Trabajador de Nazaret es preludio a la Cruz.
Símil a nosotros en todo, excepto que en el pecado, Jesús se distingue de todos los jóvenes y los hombres de cada tierra: su pureza, muy superior a las de los ángeles y su total dedición al Padre, revelan la perfección absoluta del Hombre - Dios. Por esto sólo Él sabe verdaderamente amar.
Acogerá los niños, preferirá los posbres, defenderá los opresos, buscará los pecadores para convertirlos, se proclamará médico, pastor, maestro, único Rey y único Salvador de la humanidad. Jesús nunca tandrá una familia de carne, sino creerá una familia de almas, tan numerosa que ninguno podrá contarlas en los siglos. ¿Quién puede ser como Jesús?
Todos somos llamados a unirnos a Él en la gracia santificadora, a imitar la santidad de su vida en Nazaret, que es el tipo de vida de la mayoría de la gente, en la monotonía cotidiana: será una imitación de ofrecimiento a Dios, de caridad hacia todos, de oración y de sacrificio.
Jesús santifica el trabajo en nosotros cambiándolo en redención del mundo.
Sin embargo a alguien, por una gracia particular, ( "No todos pueden comprender esto,sino únicamente aquellos a quienes Dios les ha dado el comprenderlo" Mt 19,11 ) Él otorga su don más grande: seguirlo.
La fatiga atada al trabajo descende del pecado original y, por consiguiente, la actividad humana, hija de esta fatiga, puede llegar a ser un medio de espiación y de elevación espiritual. Desgraciadamente, el mundo contemporáneo no acepta esta visión de las cosas.
En una famosa revista por ricos, hace unos días, había un artículo "Compara tu sueldo y sabrás cuánto vales".
El "fruto" del trabajo se juzga según los ceros de nuestra cuenta corriente, todas las demás consideraciones son marginales.
Hoy en día, si una vaca vale en función de la leche que produce, un trabajador vale en función de su ganancia.
La dignidad de una persona, que se funda principalmente en el trabajo, aparece despreciada por estas comparaciones que provocan rencores y frustraciones capaces de minar la convivencia social. Aún la misión sacerdotal corre el riesgo de ser menospreciada por este tipo de mentalidad, porque parece ser poco productiva. Hay también trabajos no pagados que, sin embargo, exigen un empeño y un esfuerzo considerables.
Pensemos en las madres de familia, llamadas comúnmente "caseras", que renuncian a la carrera profesional para educar a sus hijos. Una madre que, en los discursos de amigos y conocidos, nota el desprecio por su función, corre el riesgo de hacer mala elecciones.
¿La autonomía económica, el buen éxito profesional tienen prioridad frente a los valores de la familia?
Si se leen ciertas revistas de moda, donde aparecen pruriginosas secciones de psicólogos y expertos de todos tipos, podríamos contestar de manera afirmativa.
La crisis actual de la familia italiana deriva también de equívocos de este tipo.
La manera cristiana de juzgar un trabajo no depende de hechos materiales, sino espirituales, como fatiga, honestidad, dedición.
Para el cristianismo el hombre no vive en función del trabajo, por el contrario es el trabajo que está en función del hombre.
La creatura hecha a imagen y semejanza de Dios tiene que disfrutar sus capacidades para dominar la tierra y la materia y no para ser disfrutada por los medios económicos de este dominio: como enseñaba San Francisco, en el trabajo tenemos que intentar devolver a Dios los dones que hemos recibido.
El cristiano se santifica por medio del trabajo, a condición que esto haga posible la maduración personal y la edificación del prójimo.
Si, por otro lado, nuestra actividad llega a ser una manera para venderse ( pensemos al mundo del espectáculo ) o un pretexto para difundir conductas cínicas o arrogantes, que se econden bajo los nombres de "competición, ambición, despreocupación, etc.", corremos el riesgo, a la misma manera de Caín, de presentar a Dios ofrecimientos poco agradecidos.
De esta manera, la fatiga verdaderamente está desperdiciada, el talento permanece enterrado.
La laboriosidad se consagra a Dios cuando alimenta la que Fray Leopoldo define "vivificación del mundo actual": también quien soporta con humildad heróica los abusos de los superiores ( hoy se dice "mobbing" ) participa en ensta siembra espiritual. Pensemos a Paolo Pio Perazzo, "el santo ferroviario" amigo de Fray Leopoldo, quien, aunque oprimido por el obstruccionismo de los dirigentes masones, logró ser un gran ejemplo de apostolado cristiano en su trabajo como en la actividad sindacal.
La cristianización del trabajo, entendida como participación a la redención de Cristo, representa una exigencia fundamental para quien, por medio de la Adoración, quiere "atar" como dice Fray Leopoldo, el mundo al Corazón de Cristo.
Sin recurrir a exhibiciones extraordinarias, el cristiano puede volver a injertar la vid de Cristo allá donde el materialismo querría alejarla.
La Cruz, cuando aparece en los lugares de trabajo nos dice esto: el trabajo es "algo serio", pero su santificación es algo "sagrado" y empeza con el respeto de la fatiga de los demás.