Fijar nuestra mirada en el Crucifijo
N° 4 - Marzo 2001
Queridos amigos,
en el camino de esta Cuaresma 2001, el Papa nos invita a "purificar la
memoria" y a fijar nuestra mirada en el Crucifijo.
Con Jesús, que muriendo implora el perdón por sus verdugos, también nosotros somos llamados a perdonar los que nos han hecho o siguen haciendo mal y a rezar por ellos.
Y también a nosotros Jesús dirá: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" ( Lc. 23,43 )
"Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" ( Jn. 1,29 )
"Se burlarán del Hijo del Hombre, le golpearán y le crucificarán" ( Mt. 20,19 )
"El Hijo del Hombre ha venido para dar su vida como precio por la libertad de muchos" ( Mc. 10,45 )
Siguiendo a Jesús en su misión, se descubre que Él es animado en lo profundo por la pasión ardiente de la gloria de Dios y de la salvación de los hombres.
El pecado del primer hombre y de todos los hombres ha ofendido infinitamente esta Gloria divina y les impide ser íntimos con Dios, razón por que fueron creados. Jesús sólo sabe que su Sacrificio de Hijo de Dios hecho hombre dará a Dios la gloria que tenemos que darle y a los hombres la salvación.
Se ha encarnado propio para cumplir este Sacrificio: lo espera y se acerca con el deseo atormentador de concluir su vida.
El Servidor sufrido de Dios, que se carga de los pecados de los hombres, traspasado por nuestros delictos, aniquilado por nuestras iniquidades ( Is.53,4 ), es Él sólo.
Ni siquiera los hombres mejores podrían corregir la suprema ofensa contra Dios que es el pecado: sólo Él, Hijo de Dios, hecho hombre, puede hacer esto.
De esta manera, cuando su actitud ha ofendido demasiado los jefes de su pueblo, lo sentenciaron a muerte como blasfermador y le han entregado a Pilato, gobernador romano, como si fuera un rebelde contra el emperador de Roma, para que ratificara la condena a la cruz, supremo y extremo suplicio…
Pero es Jesús que acepta esto: es Él que sacrifica libremente su vida. La cruz, a través de su ofrecimiento, llega a ser el Sacrificio de adoración a Dios, expiación del pecado, supremo don a la humanidad.
Desde el Viernes Santo, Jesús Crucificado se levanta sobre el mundo y nunca bajará.
Su sufrimiento asimila y supera todos nuestros sufrimientos.
En Jesús afluyen todos nuestros pecados, como si lo hundieran y se hacen oir como si fueran suyos, mientras delante del Padre Él los entiende porque es Hijo Unigénito, los detesta y los devora con el fuego del amor infinito, quemando su ofrecimiento: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen ", "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?" ( Lc 23,34; Mt 27,46 ).
Por causa nuestra, en su carne y en su corazón, Jesús siente Dios lejano y terible: su soledad llega a ser grande y el abandón parece la desolación de los pecadores. Es el Inocente por excelencia, la Santidad absoluta, pero la tragedia enorme de nuestro pecado Jesús la acoge en sí mismo como si fuera suya.
Ha llegado la hora, su "hora" decisiva: es el holocausto del Hombre-Dios que, sobre el patíbulo más horrible, por mí y por todos, en lugar de los hombres incapaces de hacerlo ( en lugar mío ) adora Dios de manera perfecta, expía el pecado desde el principio hasta la fin de la historia, reconcilia la tierra al Cielo y, en su Cuerpo sacrificado y en su Sangre derramada, vuelve a donarnos la intimidad con Dios, la salvación.
Sólo el Crucificado es el Redentor del hombre y del mundo, el Único Salvador. Jesús - es decir Dios que salva - en su revelación más alta, insuperable, eterna.
Ahora, Él puede gritar su sed de almas que sólo el total ofrecimiento a Él por parte de los hombres, puede apagar.
Los hombres, redimidos por su amor implacable, son suyos, son la conquista que representa que Él es el Rey divino.
Ahora, en su último grito, dona todo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" ( Lc 23,46 ); "Todo está cumplido" ( Jn 19,30 )
Los siglos, la historia, la humanidad entera se jugarán su destino, tendrán la vida verdadera de la Gracia que santifica, o la perdición y la muerte, aceptando o rechazando al Crucificado.
La única Sabiduría que tenemos que conocer y vivir siempre será Jesúcristo y Él Crucificado ( 1 Cor 2,2 ).
Nadie logrará separar la humanidad de su único Redentor. Si le rechazamos en la tierra las tinieblas aumentarán cada vez más; si le acogemos, si le amamos, si lo seguimos si lo vivimos, la humanidad vivirá una primavera eterna
Siempre tendremos que confrontarnos con Él.
"Me has amado y eres muerto por mí, o Jesús. Entonces, haz que yo te ame y me queme por tí".
P.M.