¡ Jesús es el Viviente!
N° 5 - Abril 2001
Queridos amigos,
en el mensaje del 8 de Abril 2001, el Papa invita los jóvenes a mirar al
mensaje central del Evangelio: la vía de la Cruz.
"Una cultura difundida de lo efímero, que da valor a lo que gusta y aparece bello, querría hacer creer que para ser felices sea necesario alejar la cruz. […]
La Iglesia desde el principio cree y confiesa que sólo en la cruz de Cristo hay salvación […].
La cruz acogida llega a ser un signo del amor y del don total.
Llevarla detrás de Cristo significa unirse a Él ofreciendo la prueba máxima del amor"
"No os asustéis. ¡Ha resucitado!" ( Mc. 16,6 ).
"Mete aquí tu dedo y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado. No sigas dudando, sino crees." ( Jn. 20,27 )
Cuando Jesús fue puesto en el sepulcro, por la tarde del viernes, antes de la Pascua hebraica, el odio de sus aversarios contra Él todavía no se había aplacado.
Aunque le hayan clavado a la cruz y le hayan visto morir, lo perciben muy vivo.
Ahora se acuerdan de que "el Seductor" predijo su resurrección y no pueden tolerar que sus discípulos, robando el cadáver, difundan la última, peor mentira.
Por lo tanto su sepulcro ha sido cerrado y los soldados los cuidan: ¿Desde cuándo se hizo esto delante de una tumba?
Pero esa historia tan singular no acaba aquí.
En el momneto en que la narración tendría que acabar, los Evangelios, como si fuera lo más natural del mundo, siguen contando…
"La mañana del primer día de la semana ( Mt 28, Mc 16, Lc 24, Jn 20 ) hay mucha gente cerca del sepulcro: las mujeres, la Magdalena, los apóstoles Pedro y Juan…
Es el amanecer del tercer día después de su muerte y el sepulcro estaba abierto, vacío.
Se levanta el grito, la alegre noticia que llegará a los confines del mundo y que atraviesará los siglos: "¡Ha resucitado! ¡Hemos visto el Señor!" ( Jn 20 )
El hecho es tan claro que los del sinedrio corrompen las guardias con el dinero para que difundan la voz que el cadáver del Crucificado ha sido robado: el último ultraje al recuerdo de Jesús es también el reconocimiento de la Verdad que, resplandeciendo, los ciega.
Jesús se muestra de veras, en toda su vitalidad y belleza de resucitado: habla con los suyos, se sienta en la mesa y come con ellos, los abraza con calor, les hace tocar sus llagas vivas impresas en su cuerpo: el Viviente en eterno siempre es Él,
La Víctima divina del Calvario, sacrificado para la redención del mundo.
A los discípulos de Emaús les explica el sentido de las antiguas profecías y demuestra que el Cristo tuvo que sufrir y morir y que el verdadero Cordero pascual, sólo inmolándose pudo hacernos pasar de la muerte a la vida, del pecado a la Gracia, de la tierra al Paraíso ( Lc 24, 13-35 ).
Su Pasión es raíz de gloria, no es motivo de verguenza, para Él y para nosotros.
Su muerte no es motivo de escándalo, sino causa merecedora de la resurrección, suya y nuestra, en nuestra vida terrenal, en nuestro último día y en el último día del mundo, cuando gracias al Crucificado aún nosotros resucitaremos ( Jn 6, 39-40 ) "para vestir la carne depuesta, cantando aleluya" ( Dante )
Sus llagas siempre serán indelebles sobre su cuerpo glorioso, resplandecientes como signos de su prodigiosa incorruptibilidad, de su batalla, de su triunfo y de su conquista.
Jesús resucitado no quiso borrar aquellas heridas en las manos, en los pies, en el tórax, porque sólo por medio de ellas han sido expiados los pecados del mundo, hemos sido curados de nuestras enfermedades y la salvación puede llegar a cada hombre que la quiere.
Nosotros, a menudo desmemoriados, necesitamos ver sus llagas bermejear para que no olvidemos que por nuestras culpas el Hijo de Dios se ha sacrificado, para que nos enamoremos, más allá de nuestra debilidad, de Él, que es el único Amor que salva. El Resucitado siempre es el Traspasado y el Sacrificado de la cruz que nos acuerda también a Pascua que sólo por su cruz se llega a la Luz.
Propio por ese motivo Dios le ha exaltado y "le dio el nombre que es más importante de todos, para que al oír el nombre de Jesús se pongan de rodillas todos los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra, y para que todos reconozcan y digan que Jesucristo es Señor" ( Fil. 2,10-11 ).
Su gloria - y nuestra - fue ganada por medio del dolor. Esta es la Vía, la Verdad y la Vida: acostarnos a Jesús, adorarlo en cada instante de nuestros días, vivir la vida como adoración a Él, estar con Él en la intimidad, ser uno con Él.
P.M.