Vencedor porque víctima
N° 7 - Junio 2001
Queridos amigos,
en este mes se suceden unas fiestas muy importantes: la Pentecostés, la Santísima Trinidad, el Corpus Domini, el Santísimo Corazón de Jesús, los Santos Pedro y Pablo, San Juan el Bautista y otras más. En Turín se celebran también dos grandes milagros: el hallazgo del cuadro de la Consolata ( por parte del ciego de Biançon Giovanni Ravacchio el 20 de Junio 1104 ) y el milagro Eucarístico del 6 de Junio 1453.
Nosotros los laicos, que no hacemos grandes oraciones y que somos llamados a santificarnos en la vida de todos los días y a hacer santo lo que es profano, no podemos perder la oportunidad que estas fiestas nos ofrecen: un particular coloquio con Dios.
Si el domingo nos nutrimos de intimidad con Dios, cada acción hecha durante la semana podrá ser una oración.
No podemos ilusionarnos que se pueda hacer algo bueno en el mundo, si no logramos santificar verdaderamente las fiestas, examinando nosotros mismos en los 6 días pasados, mejorando, rezando, leyendo la Palabra de Dios y, sobre todo, participando al sacrificio de Jesús que se repite sobre el altar.
"¡No tengáis miedo! Jesús de Nazaret no está aquí:pues ha resucitado, como he dicho" ( Mt 28, 5-6 ).
"Dios lo ha hecho Señor y Cristo, este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis" ( Hch, 2,36 )
El grito "¡Jesús ha resucitado, Jesús es vivo!" resona todavía hoy.
Se note: no vivo sólo el recuerdo de un famoso héroe, no vivo sólo en el amor de sus amigos, no vivo sólo en los pobres que sono sus preferidos, sino vivo Él, en persona, en su cuerpo, con un corazón de carne que palpita para mí y para tí.
Un día un filósofo visitó a Napoleón, el emperador, y le dijo: "He inventado una nueva religión que pondrá fin al Cristianismo".
Napoleón le respondió: "Ahora mismo yo le fusilaré y enterraré a Usted. El tercer día Usted resucitará, vendrá a mí y luego hablaremos de esto".
El filósofo, sabiendo bien con quien estaba hablando, salutó al emperador y nunca se hizo ver.
Pues hay quien duda de la resurrección de Jesús, como si esto fuera un mito, el fruto de una alucinación. También en este caso los documentos inmediatamente siguientes a los hechos narrados, entre el 30 y el 70 d.C., documentos que conocemos como el Nuevo testamento, cuentan que un grupo de judíos - los apóstoles, los evangelistas, los primeros discípulos - afirman que Jesús de Nazaret ha resucitado.
Ninguna búsqueda histórica, ninguna investigación - incluso la más aguerrida del juez más severo de la historia - puede negar este testimonio.
Los históricos verdaderos saben que con Jesús no se puede bromear, porque los datos que se refieren a Él son muy serios y a prueba de falsedad.
Y ahora la pregunta: "¿Ocurrió o no lo que afirman?".
Los que no reconocen su resurrección como un hecho verdaderamente ocurrido, tienen que buscar otra explicación en las dos culturas presentes en Palestina durante el primer siglo: en el judaísmo o en el helenismo.
Muchos judíos del primer siglo creían en la resurrección, pero con referencia al fin de los tiempos.
Ningún judío podía afirmar que un hombre había resucitado si la historia seguía su curso.
¿Cómo se podía explicar que unos judíos observantes como los primeros discípulos de Jesús afirmaran que Él había resucitado hasta morir por esta idea?
Podemos buscar una explicación en el helenismo.
Por prima cosa se nota que la idea de la resurrección en el pensamiento griego es imposible: los muertos no resucitan.
Es imposible hablar de resurrección con los griegos: no hay nada más extraño en eso que la idea de la resurrección del cuerpo.
Por lo tanto, en ninguna de estas dos culturas, donde nació la fe en Jesús resucitado, existían los fundamentos para que esta fe completamente diferente y nueva pudiera desarrollarse.
Esta fe es completamente nueva, es la "novedad" por excelencia, en el mundo de ayer y de hoy, en cada lugar y en cada tiempo.
¿Puede ser sólo una alucinación de buena gente, demasiado aficionada al Maestro?
Quien no quiere creer por ningún motivo que un muerto resucite, ¿cómo puede afirmar que haya comido y bebido con un resucitado, como dicen los primeros testigos de Jesús ( Hechos 10, 41 ) y jugarse todo, familia, trabajo, dinero, bienestar, vida y muerte para Él?
Hay sólo una respuesta admisible y aceptable por la razón y por la búsqueda histórica: esta fe viene del hecho único, estrepitoso, muy evidente a los ojos de los que lo vieron, tocaron, escucharon, de los que comieron y bebieron con Jesús salido del sepulcro, vivo y verdadero, para que no muriera más, el hecho mirable de su resurrección de los muertos.
Por lo tanto la fe en la resurrección de Jesús no viene del judaísmo ni del helenismo, ni de alucinaciones, ni de fantasía creadora, ni se puede inventar: puede sólo brotar del hecho mismo, que no se puede imaginar, que se haya visto con absoluta seguridad a Jesús, que prima era muerto sobre la cruz y ahora está en frente de ellos diciendo: "Id pues, a las gentes de todas las naciones y hacedlas mis discípulos; bautizadlas en el nombre del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo, y enseñadles a obedecer todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". ( Mt 28, 18-20 ).
La vida de cada hombre, la historia entera se construye - o se destruye - alrededor de este anuncio, acogido y rechazado: "Para nosotros los hombres y para nuestra salvación el Hijo de Dios se ha encarnado, ha sido crucificado y murió expiando nuestros pecados. Y Él ha resucitado el tercer día".
"Jesus victor quia victima" ( San Augustín ). Vencedor, triunfador porque Víctima, con sus llagas de amor y de sangre.
P.M.
En la Misa del domingo nos hundimos en la realidad de la Iglesia de hoy: familias con niños, jóvenes, adultos, viejos, unos rezan otros menos, unos muestras sus bellos trajes, otros siempre miran lo que está alrededor.
Todo esto no nos debe distraer: nuestra atención tiene que fijarse en todas las palabras de la liturgía; tenemos que fijar nuestra mirada en el Crucificado y rezar por todas estas personas, ofrecer todo a Jesús que, sobre el altar, vuelve a cumplir su Sacrificio para la salvación de todo el mundo.
En las Misas de los días laborables, las sillas vacías nos acuerdan que nuestra oración se hace también para los ausentes.
¡Y qué molestia escuchar los pocos presentes que responden a las oraciones de manera desordenada, quien de prisa y quien lentamente!
Rezemos con Jesús: "[te pido] que sean una cosa sola en unión con nosotros, oh Padre, así como tú estás en mí y yo estoy en ti" ( Jn 17, 21 ).
También en la vida de todos los días tenemos que examinarnos y hacer que nuestra conducta no sea razón de escándalo para los demás.
Imitando a Jesús, que permaneciendo sobre la cruz se ha atribuido todas las culpas de los hombres, también nosotros no debemos criticar esto o eso, sino padecer con las situaciones del mundo como si fueran nuestras y estar a toda costa dentro del mundo.
M.B.