Una Iglesia, una Verdad
N° 10 - Octubre 2001
Queridos amigos,
durante nuestro día, mientras trabajamos, cuando estamos con nuestros amigos y también mientras hacemos las cosas más simples, siempre tenemos que efectuar unas elecciones: ¿qué hago en mi tiempo libre? ¿qué le digo a aquella persona?
A veces estamos obligados a expresar "nuestra opinión" sobre hechos o situaciones particulares.
En cada circumstancia, nos ayudan las verdades de fe, propuestas por la Iglesia, que no son sólo opiniones, sino luces para nuestros pasos, camino de salvación.
Nosotros los cristianos anunciamos la salvación de la humanidad en Jesús, en Jesús Crucificado y deseamos que Él sea conocido y amado por todos los hombres.
Ofreciendo nuestro trabajo y nuestros sacrificios a Nuestro Señor y rezando a Él, cosa que todos podemos hacer, y a María Santísima, todos conocerán la Verdad.
En particular en este mes, el Papa nos invita a recitar cada día el Rosario por la paz y la salvación del mundo.
Hace unos años, durante una misa celebrada para los seminaristas de Filadelfia ( E.U. ), el cardenal Ratzinger pronunció una homilía titulada propiamente "¿Partido de Cristo o Iglesia de Dios?".
Aún hoy la cuestión es muy importante.
Los principios democráticos que guian o que tendrían que guiar las sociedades más desarrolladas, se fundan en la confrontación y en el diálogo entre las "partes"; a estos diferentes movimientos se acercan los "partidos" que, con sus discusiones apasionadas, animan la así llamada "actividad parlamentaria".
Esta disposición política de las relaciones sociales en estos últimos tiempos ha sido ampliada a todos los aspectos de la vida civil.
Por doquiera, de la escuela a la magistratura, se pide que las directivas más importantes nazcan de una confrontación correcta entre las "partes" en causa.
El ciudadano mismo, gracias a los sondeos de opinión, siempre más a menudo está llamado a "tomar posición" sobre los argumentos más diferentes.
De esta manera, cuando se habla de argumentos "difíciles" como aborto o eutanasia, podemos leer en los periódicos frases como "los católicos afirman… los liberales replican… los progresistas dicen…": en resumidas, la Iglesia, que quiera o no, es implicada en este grande "juego delas partes" y juzgada, a veces, como una realidad más política que religiosa.
La gente, pasando el tiempo, asimila esta mentalidad y se acostumbra a ver el Magisterio Pontificio en términos relativistas: entre las diferentes opiniones, hay también las del Papa.
Se trata de algo bastante absurdo.
Si un puente está al caer, no se pierde tiempo discutendo, sino se llama la autoridad competente ( el Cuerpo de los Ingenieros Civiles, por ejemplo ).
Ante el degradar moral que aflige la humanidad, la autoridad de la Iglesia se relativiza sistemáticamente: drogarse es bien, drogarse es mal, blasfemar es lícito, blasfemar es ilícito, abortar es justo, abortar es errado, son todos juicios que en nuestra vida común se equivalen, porque cada uno es libre de expresar su propia opinión.
En el ámbito moral, toda decisión definitiva se posterga, esperando que acabe una discusión que puede ser infinita: y mientras tanto el degradar sigue existiendo.
Para los creyentes esta manera de esperar implica una grave "omisión de socorro".
Siendo cristianos, tenemos que preguntarnos hasta qué punto los Diez Mandamientos puedan ser considerados un juicio de parte.
¿La Palabra de Dios es una opinión entre muchas? ¿Los discípulos de Cristo son un partido entre muchos?
De verdad, cuando en el Credo afirmamos que la Iglesia es "católica", queremos condenar las diferentes facciones humanas que nutren la desorientación moral y exaltan, por el contrario, la universal concordancia del Pueblo de Dios.
Sólo la Iglesia Católica, es animada y guiada por el Espíritu Santo que, a través del Magisterio de Pedro y de la Tradición, no quiere convalidar las opiniones personales de cada Pontífice, sino quiere reivindicar los inajenables "derechos de Dios".
El cristiano que se define "católico" no puede construirse un cristianismo personal.
Si las verdades de la Fe desaparecieran con la muerte de quien las expresó o mudaran según los momentos históricos, la sangre de los mártires habría sido derramada inútilmente.
En los tiempos de Roma antigua estaba vigente el sincretismo: todas las religiones mezcladas en un grande calderón. Los mártires murieron porque se negaron a mezclar su Dios con los ídolos paganos, porque se negaron a asimilar su Iglesia a las innumerables sectas que corrompían la Ciudad Eterna.
La Iglesia obedece sólo a Cristo, no se pueden servir dos, tres, mil dueños.
El don total de sí mismo practicado por el "hombre nuevo" que, como escribía Hermano Teodoreto, renega su propia voluntad para conformarse completamente a Cristo, significa también esto.
Por lo tanto es necesario escapar a los mecanismos perversos que caracterizan las modernas discusiones televisivas, donde las verdades más sublimes llegan a ser banales y se acercan a los caprichos de la "opinión pública".
Es por esta razón que Ratzinger, hablando en el 1990 a los seminaristas de Filadelfia dijo: "… todo lo que es humano es limitado y cada cosa humana se contrapone a otra…
Nosotros no anunciamos nosotros mismos, sino Él. Esto exige nuestra humildad, la cruz de la secuela", He aquí otro rasgo del Misterio de la Cruz, digno de consideración.