La Inmaculada
N° 22 - Diciembre 2002
Queridos amigos,
os escribo al empezar de la novena a la Inmaculada Concepción.
Aun cuando leáis este folleto la fiesta habrá pasado ya, para nosotros de la Unión de los Catequistas de Jesús Crucificado y de María Inmaculada, es un poco nuestra fiesta también.
En este mes de diciembre, en que vamos a celebrar la Encarnación de Dios, somos llamados a recibir a Jesús desde las manos de María Santísima.
Una aparición de singular hermosura precede la Navidad de Jesús: el día 8 de diciembre celebramos a María Santísima, Su Madre, en su Inmaculada Concepción, la Toda Hermosa, la Toda Santa, la llena de Gracia desde el primer instante de su existencia.
De la divina Revelación, sabemos y creemos que Dios, en previsión de la muerte redentora de su Hijo sobre la Cruz, ha preservado a María de toda mancha del pecado original y le ha enriquecida de la vida divina con todos sus dones.
Nunca pudo ser tocada por el pecado, Aquella que fue llamada a ser la Madre, siempre Virgen, del Hijo de Dios.
Esta es la verdad en que la Iglesia siempre creyó y que el Beato Pio IX, el día 8 de diciembre de 1854, definió dogma de fe.
Por lo tanto en María se cumplió la promesa que Dios mismo hizo al empiezo de la historia de la humanidad.
A Satanás - la culebra - que indujo al primer hombre y a la primera mujer a pecar, ofensa a Dios, Dios le declaró guerra: "Y enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu simiente y la simiente suya: tú le herirás en el calcañar, pero ella te herirá en la cabeza" ( Gen. 3,15 ).
Desde siempre esta promesa divina ha sido llamada "el proto-evangelio", es decir el primer anuncio de la salvación.
En la "mujer", en María Santísima Inmaculada, está contenido y resumido todo el Credo católico, toda nuestra Fe: afirmando y creyendo en Ella, la Inmaculada, ya afirmamos y creemos en todo.
- Dios creó al hombre, el primer Adam, a su imagen y conforme a su semejanza ( Gen. 1, 26 ), enriqueciéndolo con su gracia, con su misma vida divina y con una sobrenatural armonía de intimidad con Él, de luz y de alegría.
- Sin embargo el hombre ha rechazado el don extraordinario - la gracia santificadora - con el primer pecado de origen, que degradó por siempre a él y a su descendencia separándoles de Dios y llevándoles al mal, al dolor y a la muerte.
- No obstante esta grande tragedia, Dios promite y envía al Redentor, su Hijo encarnado, Jesús, que llegó en este mundo por medio de una mujer, destinado a cumplir sobre la Cruz el sacrificio de expiación, y que devuelve al hombre, si le acoge, la vida divina de la gracia, la intimidad divina, el Paraíso.
- María en este proyecto de salvación, hasta su primera concepción, es inmune de la triste herencia del primer pecado: es hija del primer Adam pero no heredera de su culpa, porque fue llamada a ser la Madre del segundo Adam, Jesús Redentor y Dador de la vida.
María verdaderamente es la "llena de gracia", como le dijo el Ángel Gabriel ( Lc. 1,28 ), cuando le reveló que habría sido la Madre siempre Virgen del Hijo de Dios.
Hoy, venerar a la Inmaculada Concepción de María significa acoger de manera íntegra y completa todas las verdades de Dios sobre a sí mismo, sobre al hombre y la historia, sobre todo el proyecto de la salvación.
Significa oponerse a las faltas de este mundo, que cree que el hombre pueda salvarse por sí solo, y aceptar a Jesús en nuestra vida como único Señor y Salvador, porque "sólo en su Nombre hay salvación" ( Hechos 4,12 )
Es necesario entregarnos a Ella, que por primera venció a Satanás y al pecado, y pedirle que por su intercesión, desde su Hijo Jesús y nuestro Salvador llegue sobre nosotros "gracia sobre gracia" ( Juan 1,16 ), abundancia de su vida divina que florece en la pureza, en la caridad, en la santidad, "para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos" ( Rom. 8,29 ).
La Inmaculada, la cara que más se asemeja a Jesucristo, nos hará símiles a Él y nos hará crecer a su imagen y semejanza.
Paolo