Efectos del sufrimiento y de la Cruz
N° 26 - Noviembre 2003
El alma humana tiene por naturaleza y por gracia un sentido de la justicia que le da conciencia de sus culpas y del castigo que éstas merecen, necesidad casi instinctiva de reparación que hace aceptar o buscar el sufrimiento como medio para satisfacer la justicia de Dios, para purificar el alma, para satisfacer sus deudas, para liberarlas.
Con esta purificación y reparación el alma se rescata y recobra la paz, reconoce los derechos de Dios, se rinde a su amor.
El sufrimiento no sólo repara y borra el pecado, vuelve a poner el alma en el orden y en el bien, sino forma el hombre moral, es decir le confiere su altura, su fuerza, su valor.
Ella desarrolla todas sus potencias.
El sufrimiento aclara el espíritu.
Cuántas cosas ignoran y nunca podrán entender los que no han sufrido, porque el sufrimiento, purificando el corazón, hace el ojo más simple, la mirada más penetrante, y también porque lleva a la verdad: verdad sobre sí mismo; se percibe su propia pequeñez, su propia indigencia e impotencia.
Esto da al alma su verdadero valor y le hace conocer lo que le falta.
Verdad sobre las criaturas; ella destruye los castillos en el aire y disipa muchas ilusiones, hace evidentes los efectos del pecado y sus consecuencias.
"Piensa y mira lo malo y amargo que ha sido que me abandones y que no me hayas honrado, a mí que soy el Señor tu Dios." ( Jer. 2,19 ).
El sufrimiento da a la vida su sentido, su carácter serio, severo, penitente, es decir su carácter verdadero.
Esto confirma la fe en los destinos eternos y acrece el deseo.
Las horas de prueba son horas de gracia, visitas del Señor: ellas hacen reconocer a Dios.
El pecado hace la voluntad relajada y débil, el sufrimiento parece, a veces, derribarla, pero en realidad la pone a prueba, la excita.
El sufrimiento destruye, quiebra las fuerzas traviesas o fingidas de la voluntad, la agarra, la corrige, la hace más fuerte.
La naturaleza no encuentra en el sufrimiento nada más que contradicciones y repulsiones.
Para aceptarlas, y aún más, para someterse y abandonarse a ellas, la naturaleza tiene que violentarse, vencer a sí misma, triunfar sobre sí.
Así el sufrimiento fortifica y desarrolla la potencia de la voluntad para el bien y, bajo la Cruz humildemente aceptada y valientemente soportada, el alma llega a ser más libre, más valiente, más aguerrida, más santamente ferviente.
Dios cumple su obra con el sufrimiento: obra de amor.
Es a menudo hacia el fin de la vida, cuando el alma se ha ejercitando por mucho tiempo en la acción, que Dios viene mejorando su obra, viene cincelando y terminando el boceto y va dando con la cruz sus últimos perfeccionamientos, las últimas purificaciones en la tierra, última preparación antes de llamarla delante de Él.
Si la Cruz, cristianamente soportada, fortifica y santifica la voluntad y eleva el alma hacia Dios, es mucho más eficaz cuando, llegando al corazón, lo humilla y lo dona a Dios.
Delante de la Cruz, el espíritu se somete, la voluntad se resigna, el corazón a su vez, se queda tranquilo y se rinde.
El sufrimiento que llega al corazón, lo dirige hacia Dios, abre nuevas vías al amor, al abandono, a la confianza, y en el mismo tiempo lleva a la caridad hacia el prójimo, al entendimiento de sus penas y sufrimientos, a la verdadera bondad dando a todas las virtudes nueva fuerza, una mayor perfección, aquella perfección que el sufrimiento añade a la virtud.
La profunda nobleza de ciertos caracteres, la dignidad, la magnanimidad, la serenidad que a menudo se admira en los santos, no son otra cosa que la obra íntima del sufrimiento y de la Cruz "Nada condensa tanto la vida cuancomoto el sufrimiento; nada apresura tanto como él el trabajo de la experiencia y nada enriquece nuestra naturaleza y nuestras facultades de acrecimientos más brillantes.
Es la aflicción que nos hace santos" ( Padre Faber: "A los pies de la Cruz" ).
El amor indirizado ordinariamente hacia los que sufren, no es simple compasión, sino es una especie de respeto instintivo inspirado por quien está en la prueba; él parece actualmente tocado por la misma mano de Dios.
( Esto condena la educación moderna en su excesiva atención para evitar a los educandos todo lo que es pena, dolor, sufrimiento: devaluación de la persona humana ).
Cada virtud, cada santidad religiosa se limita a seguir a Nuestro Señor. Sequere Me; a seguirLe lo más cerca posible.
"Si alguien quiere ser mi discípulo, cargue con su cruz cada día y sígame" ( Lc 9,23 ).
Jesús Crucificado es el libro de la vida; tomémoslo cada día y reflexionemoslo: nos enseñará toda verdad.
La pasión de N.S. Jesús Crucificado es como la irradiación suprema de su amor.
Se nos da completamente. "El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos" ( Jn 15,13 ).
Se queja porque lo hemos abandonado y pide nuestro amor. "Mis amigos y mis parientes se han ido.
He esperado que alguien compartiera mis dolores y no lo he encontrado" ( Sal 68 ).
Es con la Cruz generosamente soportada que nuestro amor subirá hacia Jesús, gracias a ella penetraremos en lo íntimo de su Corazón.
"Quien no ha sufrido por Nuestro Señor y con Nuestro Señor no puede estar seguro de amarLo" ( Mons. Gay: Dolor cristiano ).
"Para mí la vida es Cristo, y la muerte es ganancia" ( Fil. 1,21 ).
El sufrimiento tiene sus momentos elevados como el amor: sufrimiento del cuerpo, agonía del corazón, desolación del alma.
Cuando la adversidad nos pone en prueba, ella aclara nuestra alma con una luz superior, nos despega de esta tierra y nos incita a buscar una morada más elevada en el cielo.
Ella nos quita todo deseo que no tenga como fin Jesús y Jesús Crucificado, cuya gracia nos ata en aquel tiempo a la Cruz para luego hacernos resuscitar con Él.
"Voy completando, en mi proprio cuerpo, lo que falta de los sufrimientos de Cristo" ( Col. 1,24 ).
"Lo que queda, es decir la continuación a través de los siglos de los sufrimientos, de los miembros de su cuerpo místico y especialmente de los que están llamados a dedicarse a su causa".
"Este hombre es un instrumento escogido por mí. Yo le mostraré lo mucho que tiene que sufrir por mi causa" ( Hch 9,16 ).
La vida de la Iglesia se basa en el sacrificio histórico de Nuestro Señor y en el sacrificio místico continuado por sus miembros: Misa y mártires.
Es por este doble sacrificio que las almas son salvadas, conquistadas para Dios. Así la persecución favorece y fecunda la obra divina de la Iglesia.
"El odio de Satanás y aún más el amor de Dios se encuentran" ( Mons. Gay ) para fortificar la Iglesia y multiplicar los santos.
No hay dudas, el apostolado es necesario y lo será siempre hasta el final, la oración es indispensable y puede mucho, pero uno y otra serán tanto más eficaces cuanto más sacrificio se añadirá.
El sacrificio, el holocausto total y vivo de sí mismo en el sufrimiento de la cruz unido al sacrificio redentor toca el corazón de Dios, atrae sus bendiciones, aleja los efectos de su justicia, atrae de su Amor gracias abundantes de misericordia y de salvación.
[ Venerable Hermano Teodoreto Garberoglio F. S. C. Cuaderno 3°, p.38-40 ]