Jesús, maestro de vida

N° 3 - Febrero 2001

Queridos amigos,
Jesús que se sacrifica por nuestra salvación es Maestro de obediencia, de humildad, de amor: es nuestro único Maestro divino.

Como Juan, el apóstol predilecto, en la tarde de la última Cena, se apoyaba en el Corazón de Jesús y escuchaba sus secretos, como la Virgen María a los pies de la cruz, con el Corazón lleno de dolor, se unía a los sufrimientos de su Hijo, también nosotros deseamos unirnos más a Jesús, mirando a Él como a nuestro Maestro: en lo cotidiano, en las dificultades, en las elecciones, en los sufrimientos, en las enfermedades… siempre.

Maestro, único Maestro: con la palabra y la cruz

"Cuando Jesús terminó de hablar, la gente estaba admirada de sus enseñanzas; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los maestros de la ley" ( Mt 7,28 - 29 ).

"Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque lo soy" ( Jn 13, 13 )

Agustín de Ippona escribió: "He llegado ser un grande problema por mi mismo".

El hombre de siempre, desde la edad de la piedra hasta la nuestra de los computadores, es una grande incógnita: es el problema de comprender porqué vive, porqué sufre, porqué muere, de descubrir a qué sirve la vida, de encontrar el significado de la vida.

Aunque se sienta fuerte, aún hoy el hombre no es algo que un hilo de hierba que tiembla, un peregrino que vagabundea buscando su casa.

Sin embargo, es un ser único que comprende lo real y proyecta su futuro. El hombre, dejado sólo, es así.

¿Quién podrá contestar a sus grandes por qué, a su sed y hambre de verdad, de sentido, de luz y de alegría?

Sólo Jesucristo, Él que, siendo el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra definitiva del Padre a los hombres, el único Maestro, la única Guía.

Es el Redentor del hombre, también porque le libera de su ignorancia sobre la existencia, el dolor y la muerte, con la luz y la fuerza de su magisterio, y le lleva a conocer a Dios, en su intimidad, a vivir por medio de la gracia santificadora, obtenida por medio de su Sacrificio en la cruz, en esta intimidad con Dios.

Entre los hombres más ilustres de su pueblo había Nicodemo, un doctor de la Ley. De noche él fue a visitar a Jesús y le dijo: "Maestro, sabemos que Dios te ha inviado a enseñaros, porque nadie puede hacer milagros como tú haces, si Dios no está con él".

A Jesús le interesa lo esencial: "En verdad te digo, que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios".

Nicodemo querría discutir, pero Jesús lo lleva al punto fundamental: "En verdad te digo, que el que no nace de agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el reino de Dios" ( Jn 3, 1-5 ).

Es la sustancia del Cristianismo: la fe en Jesucristo, único Salvador, único Maestro, única Verdad, única Respuesta a nuestras grandes preguntas sobre el sentido de la existencia, del dolor y de la muerte; y el don de la gracia de Dios, la vida sobrenatural que Él, liberándonos del pecado con su Sacrificio, nos ha donado y nos comunica por medio del Bautismo y de los demás Sacramentos.

Jesús ya es Maestro en el silencio de su trabajo en Nazaret por 30 años, esto es claro a todos cuando habla con sus amigos y con la gente que lo asedia para escucharlo, hasta su testamento, la tarde antes de su pasión, cuando promite: "El que me ama, mi Padre le amará y mi Padre y yo vendremos a vivir con él" ( Jn 14, 23 ).

Jesús también es Maestro de manera total en la cruz, donde no sólo muestra la vía principal para llegar a Dios - la adoración, la expiación, el sacrificio, el amor que se dona - sino realiza con el hombre la intimidad con Dios que él anunció y enseñó a vivir.

Ahora no hay algo más que hacer: acoger a Jesús, todo Jesús, su Evangelio, su Iglesia por medio de la fe en Él, acoger a Jesús en la vida de la gracia.

De esto deriva que si sin Él soy sólo un grande problema por mí mismo, con Él hay una respuesta, segura y definitiva: como escribió Tertulliano, "Jesús es la solución de todos los problemas: el Dios encarnado, muerto en la cruz y resucitado".

P.M.

Jesús, maestro de vida

"Rabbi", es decir maestro. Esto era el término utilizado por la gente del pueblo cuando llamaba a Jesús.

Era un título importante, propio de las personalidades muy famosas.

Sin embargo el valor de esta denominación no estaba en las nociones sino en la autoridad con la cual éstas se exprimían ( "Se admiraban de cómo les enseñaba, porque hablaba con palabras de autoridad", Lc 4,32 ).

La intensidad de la mirada con que Jesús nos mira de las antiguas imágenes puede, mejor que muchos razonamientos, revelarnos el encanto especial que Jesús ejercía sobre sus discípulos.

No se trataba de la actitud seductora de un demagogo: Cristo no era un tribuno de las masas.

Al contrario, transmitía con su mirada, con su conducta, con sus palabras, sentimientos tan profundos e intensos que impresionaban también los pecadores más empedernidos: pensemos en los publicanos o en el "buen ladrón".

El lenguaje moderno, con un concepto banal hablaría de "personalidad magnética". En realidad "la autoridad" docente de Jesús nacía de otras circumstancias.

El "Rabbi" leía el pensamiento de los presentes, respondía a las preguntas, aún las no expresadas, con "palabras de vida", destrozaba los corazones de piedra.

En esto consistía la sabiduría encarnada con tanta autoridad y coherencia por el maestro, en lo privado como en lo público.

Humillados en su orgullo "profesional", los escribas, que entendían bien la pureza de este carisma, buscaban un pretexto para desacreditar la autoridad de Jesús: hoy en día esta perplejidad se manifestaría con preguntas como: "¿Pues, este nazareno posee los requisitos necesarios para enseñar? ¿Quién le ha conferido la libre docencia de la moral?".

El "diploma de habilitación" de Cristo no tenía la certificación de los sacerdotes del Templo porque Jesús trabajaba por mandato del Padre.

No necesitaba de la aprobación del hombre culto, porque él mismo encarnaba la Verdad buscada por los sabios de cada tiempo.

Hoy, respecto a la época del Evangelio, las partes se han cambiado: sólo con la aprobación de Cristo los sacerdotes del Pueblo de Dios pueden enseñar al mundo lo que es bien y los que es mal, más allá de cada compromiso.

En el momento en que los escribas rechazaron el Evangelio, como escribe el cardenal Ratzinger en la anotación de un libro suyo, cerraron el Reino de Dios a los hombres: en aquel momento subintró la autoridad de Simón Pedro y luego el Magisterio Pontificio ( "Simón… yo he rogado por ti para que no te falte fe. Y tú… ayuda a tus hermanos" Lc 22, 31-32 ).

El magisterio de Cristo se manifiesta en las palabras del Papa: "El deber pastoral del Magisterio por lo tanto consiste en vigilar para que el Pueblo de Dios se quede en la verdad que libera.

Para hacer este servicio, Cristo ha dado a los Pastores el carisma de la infalibilidad… de esta infalibilidad el Pontífice romano se sirve en virtud de su oficio" ( CCC 890-891 ).

Por lo tanto cuando el Papa amonesta el mundo, lo hace por mandato de Cristo, un mandato que tiene que ser respetado aún a costa de descontentar la gente, los intelectuales o los comités estudiantiles.

Estas "palabras de vida" necesitan de unos alumnos que entiendan con el corazón, más que con la cabeza, porque, en la enseñanza heredada por el Mesía, la Verdad convive con el Misterio de la Fe, que se descubrirà sólo a la fin de los tiempos.

La inteligencia tiene que animarse y humillarse. Fray Leopoldo, humildísimo alumno de la "Escuela del Paraíso", a través de las revelaciones privadas recibidas a los pies de la Cruz, se ha hecho portavoz de una pressante exhortación divina: volver a llevar el corazón de los hombres a la "escuela" de Cristo practicando la Adoración y la Penitencia.

"¡Oh, Maestro infalible de verdad, muéstrame la vía de la santificación!" ( I, 17,3 ).

Quien reza vuelve a escuchar el "Maestro infalible" y goza de una enseñanza dirigida a la conversión del corazón. Fuera de esta perspectiva no hay Verdad, sino falaz opinión humana.

S.P.