María, regla de vida

N° 6 - Mayo 2001

Queridos amigos,

En este mes de Mayo todos somos llamados a rezar de manera particular a María Santísima para la salvación de todo el mundo:

"¡Sea siempre vivo en nosotros el recuerdo de Ella, cuando recorria la calle del Calvario y cuando se vio su Divin Hijo muerto, depuesto de la Cruz y dejado en su regazo!".

María, regla de vida

"Yo sou esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho" ( Lc. 1, 38 ). "[…] a los que Dios conoció de antemano, los destinó desde un principio para ser como su Hijo, para que su Hijo sea el mayor entre muchos hermanos" ( Rom. 8, 29 ).

Es el proyecto de Dios por cada hombre: todos somos llamados, para salvarnos, a ser símiles a Jesús, por medio de la fe, de la gracia santificadora, de la caridad. María Santísima, la Virgen Inmaculada, Madre suya y nuestra, nos propone una vida singular para vivir imitando a Jesucristo.

Ella fue la mujer de un "sí" continuo a Dios. Ofreció todo a Dios: su corazón, su cuerpo, su energías, su existencia, su virginidad: "Yo no vivo con ningún hombre" ( LC. 1, 34 ).

Es virgen, obedece al padre como nadie sabe hacerlo, no posee bienes terrenales; vive una vida simple, hecha de trabajo, de cosas comunes, de sufrimientos, como la de la mayoría de la gente.

El día en que el Ángel le pido su aprobación para ser Madre del Hijo de Dios encarnado, ella contesta: "Yo soy la esclava del Señor" ( Lc. 1, 38 ).

En su respuesta aparece la disponibilidad total a Dios, su consagración a Él, la renuncia a sí misma en favor de Dios para acoger a Jesús en la manera más íntima y ser su madre.

Su existencia será toda para Él, Jesús.

A los criados de los novios de Caná, cuando acabó el vino, María dijo: "Haced todo lo que os diga" ( Jn. 2, 5 ).

María vive para su Jesús y para su misión, muestra Jesús como el centro de cada hombre, el Maestro y el Salvador que hay que seguir y vivir. Su vida, más que otra, es cristocéntrica y a Cristo llama cada hombre.

En la hora suprema de su Sacrificio, María nos ha sido dada por Jesús Crucificado, como Madre nuestra, madre de los que creen en Él, Madre de su Iglesia: ella ayudó con amor materno los apóstoles de Jesús en sus primeras fatigas, cuando iban anunciando el Evangelio, cuando eran pegados por su Hijo.

En sus últimos años de la vida terrenal, antes de su asunción al cielo con su cuerpo y alma, Ella pensaba sólo en la Comunión, en al Calvario y en la Iglesia.

La Comunión, donde Ella volvía a encontrar su Jesús y lo amaba, lo adoraba, lo servía y lo ofrecía en las manos de los Apóstoles ( = sacerdotes en plenitud, obispos de su Hijo ).

El Calvario, cuyos recuerdos sangrientos llenaban su alma donde, después de haber visto padecer y morir a Jesús, seguía "cogiendo" la sangre y los méritos de su Hijo para ofrecerlos al Padre.

Y la Iglesia: la Iglesia y los Apóstoles, que Ella ayudaba, sostenía, formaba con sus oraciones continuas y con una escondida y prodigiosa inmolación, con un amor y celo sacados en el fuego del Corazón de Jesús.

Y así es que María aparece como modelo de una singular "consagración a Dios", de un camino aún poco conocido en la Iglesia, aunque ya presente en ella desde los primeros tiempos: la consagración de el que todavía no es sacerdote ni monja, pero quiere ofrecerse a Dios estando en el mundo, como hombre o mujer que aman un solo amor: Jesucristo.

El que desea ofrecer su vida para la gloria de Dios, para su propia santificación y para la salvación de sus hermanos sabe que este deseo viene ciertamente de Dios…

Es necesario madurar, pedirLe la Luz rezando y por medio de la guía de un sacerdote que sea verdadero hombre de Dios se podrá ofrecer la vida a Él permaneciendo en el mundo, en la familia de origen, en el trabajo como la Virgen Santísima.

Camino singular en que no somos ní curas ní monjas, sino "consagrados en el mundo", apóstoles y misionarios en un taller o en una escuela, en una oficina o en un hospital, en la universidad o en el trabajo más humilde, allá donde probablemente nadie enseña que Jesús el el Único Salvador.

Como María, la Virgen por excelencia, toda de Dios en su casa de Nazaret que es al mismo tiempo Madre de Jesucristo y de nosotros, sus hermanos.

María Santísima - que es modelo de todos los creyentes - es un modelo tan singular para los que son llamados de Dios en este "camino" de la consagración a Él en el mundo, proprio como escribió Santa Caterina de Siena, que vivió de manera ejemplar este tipo de consagración llegando a ser "doctor de la Iglesia": "Tú, o María, eres libro en que hoy está escrita nuestra regla".

P.M.