Crisis de la familia

N° 8 - Julio 2001

Queridos amigos,

en estos meses de verano, también dedicados al descanso, tenemos que pensar en todas las familias que, propio en este periodo, se dividen o viven situaciones de sufrimiento rezando para ellas para que encuentren la fuerza que le reconduzca a Dios.

Crisis de la familia: cuando la transgresión disimula la debilidad

La progresiva erosión de los valores familiares ( fidelidad conyugal, respeto filial, solidariedad, etc. ) ha producido efectos devastantes sobre las estructuras fundamentales de la sociedad, sin embargo su causa desencadenadora no se debe buscar en la evolución ineluctable del mundo moderno, sino en la consciente ( pero disimulada ) maldición de los corazones que, de manera seductora y casi inadvertida, priva a las jóvenes generaciones de los principios cristianos aprendidos en familia.

El resultado de esta obra de plagio se puede ver por todos: el aumento vertiginoso de la violencia juvenil ( en familia como en la escuela ) es sólo la manifestación más evidente de una crisis más amplia, cuyas primeras síntomas remotan a la protesta de 1968 y a sus eslogan libertarios y a sus falsos profetas ( véase Herbert Marcuse ).

Si queremos utilizar el lenguaje de Hermano Teodoreto, podríamos decir que dos tendencias opuestas rivalizan en los corazones de los jóvenes: la "ley del amor" y la "ley del placer".

Sin embargo, como dice el Papa, el amor verdadero es "exigente", porque obliga al hombre a compartir los sufrimientos del prójimo ( se piense en los que cuidan de un pariente enfermo ); por otro lado la "civilización del gozo" identifica el bien en la satisfacción de las necesidades materiales ( que tienen el paso sobre todo y todos ) y rechaza de manera categórica propio aquellos sacrificios y aquellas renuncias que, por el contrario, a los ojos de Cristo constituyen nuestro único mérito.

La psicoanálisis, de S. Freud a W. Reich, anima los hombres a liberar los instintos reprimidos, porque la única acción contra la naturaleza consistiría en renunciar al gozo y, por lo tanto, a la sal de la vida.

Sin embargo es el mismo pensamiento revolucionario que nos explica, con el marqués De Sade, cuánto la mentalidad libertina sea atada íntimamente a la cultura de la muerte, al placer de matar: la libertad sin frenos, en efecto, lleva a la negación antes que a la promoción de la vida.

La crónica de estos días nos muestra las consecuancias concretas de estas rebelliones insensatas a la ley de Dios.

Por un lado encontramos los padres "modernos" que aprovechan de las vacaciones de verano y de los "servicios" ofrecidos por las urbanizaciones turísticas para "realizarse" afuera del matrimonio ( hecho comprobado por las estadísticas sobre los divorcios ); por otro lado, tenemos los hijos "rebeldes" que, en las violencias de grupo, practican nuevos tipos de convivencias alternativas a la familia ( se piense en los centros sociales o en las así llamadas baby gang ).

En estos casos, es el yo inferior, el yo decaído ( así llamado por Hermano Teodoreto ) que, exhortado desmedidamente por sugestiones y modelos de vida neopaganos, llega a predominar sobre las facultades del alma.

Es decir, se trata de personalidades espiritalmente "débiles" ( véase Diarios de Fray Leopoldo ) y, por lo tanto, incapaz de llevar la cruz de lo "terrible cotidiano" ( véase Cuaderno 3 de Hermano Teodoreto ).

Cuando las pruebas de la vida lleguen a ser insoportables, esta incapacidad se disfraza con el traje de la transgresión, e incluso de la violencia, pero su naturaleza profunda no cambia.

Sin embargo tenemos que notar que, en este clima generalizado de fragilidad emotiva, las teorías condescendientes de los psicólogos y de los asistentes sociales ( que quieren justificar toda forma de transgresión ) han marginado la acción de la Iglesia que, por el contrario, en el campo de la educación puede y debe reivindicar una mayor presencia, revalorizando los aspectos concretos, reales de palabras demasiado a menudo hechas vanas, como "penitencia" y "conversión".

Antes la crisis de la familia y a tantos huérfanos de padres vivos, así como les llama el Papa, los mitos del "amor libre" y de la "lucha contra el sistema" derrumban miserablemente.

Sólo el amor templado por el sacrificio puede sanar la debilidad espiritual que apena a los adolescentes rebeldes y a las jóvenes parejas en crisis: el modelo de esta caridad poderosa, que nos socorre sin pedirnos algo, es Jesús Crucificado.

En la disposición a compartir con el prójimo los sufrimientos de cada día, en el deseo de socorrer el más débil para que lleve el lío de sus responsabilidades, en la actitud a presentar la penitencia y la expiación como instrumentos de salvación, encontramos el "fuego" que anima a los verdaderos adoradores de la Cruz y la fuerza que sostiene y mantiene unidas las familias cristianas.