Llevar la Cruz con Jesús

N° 15 - Marzo 2002

Queridos amigos,

En este mes se concluye la Cuaresma con el Domingo de Ramos y somos llamados a vivir con intensidad la Semana Santa que culmina en la Pascua, domingo 31 de Marzo.

Este año, para reflexionar sobre la Pasión de Jesús, proponemos unas consideraciones sobre la obra de María Santísima, la "Corredentora" y sobre las cruces vividas por San Jean Baptiste de la Salle ( 30.4.1651 - 7.4.1719 ), un santo francés que fundió Los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

Llevar la Cruz con Jesús: el ejemplo de un santo.

"… todos en la sinagoga fueron llenos de ira […] y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual la ciudad de ellos estaba edificada, para despeñarle. Mas él, pasando por medio de ellos, se fué". ( Lc. 4, 28 )

Cuando Jesús empezó a enseñar en Nazaret, su pueblo nativo, le echaron fuera y querían matarle.

¡Es una grande cruz la incomprensión y el rechazo por parte de personas vistas y queridas por años!

También Juan Bautista de La Salle ( 1651 - 1719 ), de noble familia francés, quiere muchísimo a su familia y sufre mucho cuando, a los veinte años, muere su madre y, un año después, su padre.

Recién ordenado sacerdote ( 1678 ) se dedica a la escuela gratuita por los pobres y no encontrando otras soluciones, hospeda los maestros en su suntuosa casa.

Pero sus familiares y parientes no aceptan a esas personas "groseras e ignorantes", y por lo tanto querendo seguir instruyendo a los maestros, está obligado a irse de su casa.

De esta manera nace el Instituto de los "Hermanos de las Escuelas Cristianas" ( f.s.c. ) que en los años siguientes, se difunde por todo el mundo.

"Pilato dijo a los Judíos: "He aquí vuestro Rey". Mas ellos dieron voces: "Quita, quita, ¡Crucifícale!"". ( Gv 19, 14 ).

El viernes, cerca de mediodía, Jesús se sacrifica como víctima. Es el momento en que es odiado, rechazado y condenado a muerte.

Todos los santos han pasado através de la prueba. En cuanto a esto La Salle escribe: "El verdadero camino… es el del sufrimiento. Esforzaos entrar por la puerta estrecha ( Mt. 11,30 ), y Jesucristo os tomará por la mano y os ayudará entrar en ella" ( Méditations pour les dimanches, 73 )

En su vida, Juan Bautista de La Salle encontró muchas personas que le dijeron: "¡Quita, quita!": los maestros de las escuelas públicas a menudo le calumnian, porque le consideran un concurrente; unos Hermanos de su Instituto le traicionan y le abandonan; unas comunidades fundadas por él se desatan; unos curas, obispos y arzobispos le muestran hostilidad porque se define "cura romano".

En el 1691, en un momento de grave crisis, con otros dos Hermanos, hace un voto de dedicarse a la escuela para toda su vida "aún a costa de pordiosear de casa en casa".

El Instituto se difunde, pero las cruces nunca faltarán.

Juan Bautista de La Salle muere el 7 de abril de 1719, Viernes Santo.

Después de más o menos 200 años, Hermano Teodoreto f.s.c., inspirado por Fray Leopoldo o.f.m., funda la Unión de Catequistas para la difusión en el mundo del culto a Jesús Crucificado.

M.B.

Aprendendo de la Corredentora

"Y junto a la cruz de Jesús estaba su Madre… Y como Jesús vió a su madre y al discípulo que él amaba, dijo a su Madre: "Mujer, he aquí tu hijo". Después dijo al discípulo: "He aquí tu madre"" ( Gv 19, 25-27 ).

En estos últimos tiempos se ha dicho que el culto al Crucifijo empezó sólo en la Edad Media, como una deformación de la verdadera Fe cristiana que tendría que recurrir sólo a Cristo Resucitado.

Pero es muy fácil desmentir todo esto considerando la Tradición católica, es decir tenendo en cuenta todo lo que ha sido trasmitido por la enseñanza continua y constante de la Iglesia, desde aquel trágico Viernes de "Parasceve", cuando Jesús se sacrificó en la Cruz en el supremo sacrificio de adoración a su Padre, para expiar nuestros pecados y para la salvación de la humanidad.

Aquel mismo día, empezó el culto al divino Crucificado gracias a la obra de María Santísima, Madre nuestra y suya.

Ella, desde el principio, ha entendido quién es su Hijo y cómo su nombre - Jesús - signifique "el Salvador", "Dios que salva", nombre que Él realizaría hiciéndose, según la profecía de Simeón en el templo, "signo de contradicción", "puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel" ( Lc. 2, 34-35 ).

Esta misión de su Hijo - ella bien lo sabía - habría exigido el sacrificio, la inmolación de sí para la redención del mundo, a este sacrificio ella se habría unido hasta el punto que "una espada habría traspasado su alma" de madre ( Lc 2, 35 ).

Y bien, María, que dio a la luz el Hijo de Dios encarnado, que le seguió escuchándo y obedeciéndo a su Palabra, aceptando completamente el proyecto de Dios para la salvación de la humanidad, está en el Calvario, cerca de su Hijo muriente, participando a su sacrificio de manera única, como sólo su Madre habría podido hacerlo

También ella, en el Calvario, ofrece Jesús al Padre y se ofrece con Él, supremo y perfecto adorador de Dios y Redentor del mundo.

Jesús es el único Redentor - ¿quién puede dudarlo? - y ella, con Él, es la corredentora como nadie, aunque ofrezca todo a Jesucristo, podrá ser en su Iglesia.

Antes de que Él muera, ella acepta ser la madre de todos los que Él, con su sangre, ha regenerado a la vida nueva de la Gracia santificadora ( Jn. 19, 25-27 ).

Durante los años en que María se queda en la tierra después de la ascensión de Jesús al cielo, es propio su Hijo Crucificado que rellena su alma: allá, en el Calvario, después haberle visto padecer y morir, personalmente o con el corazón, ella recoge la sangre y los méritos de su Hijo para ofrecerlos otra vez al Padre por la Iglesia y el mundo.

Al mismo Sacrificio de Jesús, presentado cada día en la Santa Misa por sus Discípulos, por los Curas y Obispos del Nuevo Testamento, por Juan, el discípulo preferido que la acogió en su casa, María se une para ofrecer sí misma, para ofrecer por parte suya el Hijo como víctima divina.

No nos queda que contemplar, querer y aprender de María, la corredentora, a hacer nuestro el Sacrificio de Jesús, a ofrecerle cada día nuestra obediencia y nuestro amor, nuestra fe, nuestra adoración, nuestra pureza, nuestro empeño para que Jesús, el Redentor, desde lo alto de la cruz, sea conocido, adorado y querido.

"Los tiempos llegarán a ser cada día más difíciles - escribió San Juan Bosco - pero siempre a la escuela de María Santísima, imagen del divino Crucificado, estarán unos redentores".

A nosotros nos toca serlo: con la verdad del Credo católico, que solo aleja las tinieblas y difunde la verdadera luz, con nuestra vida dedicada sólo a "volver a levantar la Cruz".

P.M.

"Y como se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, hallólos durmiendo de tristeza" ( Lc 22,45 )

¡Cuántas veces, Señor, he experimentado la misma debilidad en mí!

A menudo, en un momento de fervor, he deseado las cruces y los desprecios, e inmediatamente después me he rendido ante la indolencia y la impaciencia, incapaz de reprimir mis pasiones desordenadas.

Mírame con compasión, como miraste a los Discípulos; su ejemplo y mis frecuentes debilidades me enseñan lo que yo soy.

Es verdad, Señor, que sin Ti no podemos hacer algo.

Por lo tanto, confiando en la ayuda que yo humildemente te pido, espero ser más fiel en el porvenir.

( P.J. de Clorivière, La Passion et la Résurrection, p.25 )