" Amad a vuestros enemigos "

N° 16 - Abril 2002

Queridos amigos,

el domingo 7 de Abril hemos celebrado la fiesta de la Divina Misericordia, instituida por Juan Pablo II, que recuerda el pedido de Jesús misericordioso a Santa Faustina Kowalska: "Hija mía, quiero que esta fiesta sea un ámparo y un refugio para todas las almas, sobre todo para los pobres pecadores.

Ninguna alma teme por acercarse a mí, aunque sus pecados fueran rojos como púrpura".

Propio en este día el Papa nos ha pedido que rezáramos por la paz, en particular por la Tierra Santa, por los lugares donde Jesús nació y vivió.

Por lo tanto este folleto empieza con una breve reflexión sobre el perdón, para que también nosotros pensemos que a las injusticias tenemos que responder con el amor y la humildad.

En continuación hallaráis una breve semblanza de San Luis de Montfort ( 28 de Abril ) y de su grande amor a María Santísima y el Crucifijo, y una reflexión sobre el misterio de la Cruz y Resurrección de Jesús, ayudados por los escritos de Hermano Teodoreto y de Fray Leopoldo.

" Amad a vuestros enemigos " ( Mt 5,44 )

En los Salmos a menudo leemos "Los impios serán destruídos y su simiente será extirpada" ( Sal. 37 ), "Dios salvará a los hijos de los pobres y quebrantará al opresor" ( Sal. 72 ).

Y pensamos: "¡A la buena hora! Es lo que merecen".

Pero Jesús nos ha enseñado a "amar a los enemigos", a considerar los pecados ajenos como nuestros, a afligirse por las injusticias hechas por nuestros hermanos y a no alegrarse de sus desgracias.

El camino hacia la paz, la única vía es el amor: humildad y amor, porque sólo quien es humilde reconoce sus pecados y puede amar a sus hermanos pecadores.

El soberbio juzga, juzga a todos, juzga también a Dios que, según él, no es justo porque permite que existe el mal, y dice: "Si Dios existiera, ciertas cosas no acaecerían".

Es propio esta soberbia de Lucifer la que ha causado todo el mal que está en el mundo.

La muerte en la Cruz de Jesús es un rayo de luz por nuestro camino: amar a nuestros enemigos como nuestros hermanos, como nuestros hijos y considerar como nuestros también sus pecados.

Esto es el verdadero Dios, un Dios de Misericordia, un Dios que dice: "Venid, quiero que estáis conmigo", un Dios que nos llama a convertirnos.

Por lo tanto la oración pedida por el Papa no se puede hacer sólo en un día para que "los impios" se conviertan, sino tiene que hacer crecer en nosotros la voluntad de amar a nuestros enemigos.

Los hombres de "buena voluntad", los que aman el bien de su familia, de su pueblo y de su nación, serán guiados por Dios a la Verdad y amarán a Él y a sus hermanos.

Marco

El Santo de Montfort, el "loco de María" y el "loco del Crucifijo"

Alguien lo definió "el loco de María": por cierto Luis de Montfort dentro de los santos es el más mariano, probablemente el más mariano que todos.

Nació el 31 de Enero del 1673 en Montfort ( Vandea ), en Francia; estudió en el seminario de París y llegó a ser cura en el 1700.

Temperamento apasionado, mordaz y dulcísimo al mismo tiempo en la palabra y en el estilo, enseguida experimentó las hostilidades contra su predicación del Evangelio "sin descuentos ní convenio" y se preguntó: "¿Hay un sitio para mí en Francia?".

En el 1706 anduvo a Roma para explicar sus dificultades a Papa Clemente XI, que le conferió el título de "misionario apostólico" ordenándole que volviera a evangelizar su tierra de origen. Padre Luis María, entonces, como "otro San Pablo" se fue a las regiones occidentales de Francia anunciando "Jesucristo, el Verbo de Dios hecho hombre, crucificado y sacrificado", "la Sabiduría eterna de la Cruz", enseñando a ir a Jesús por medio de María Santísima porque "como el Verbo de Dios vino en el mundo por medio de María, así Jesús se formará en las almas y volverá a reinar en el mundo por medio suyo".

Durante la predicación de sus "misiones al pueblo" solía hincar la cruz de Jesús en la tierra y erigir en los lugares más altos las representaciones del Calvario, para que todos siempre vieran la imagen del Crucifijo y, meditando sobre sus sufrimientos, se convertieran llegando a amarLe y a difundir el Evangelio.

Además, difundió la práctica del Rosario a María, como "resumen del Evangelio", instrumento simple y eficaz para mantener viva la fe en el pueblo cristiano.

Curas y hermanos se unieron a él, fundando la Congregación de los Misionarios de la Sabiduría ( Monfortanos ).

Con María Luisa Trichet fundió las Hijas de la Sabiduría. Mientras estaba predicando una "misión" en S. Laurent-sur-Sèvre el 28 de Abril de 1716, consumido por la fatiga y por la penitencia con que quiso siempre adecuarse a Jesús Crucificado, murió: tenía sólo 43 años.

El Santo Padre Pio XII lo canonizó el 20 de Julio de 1947.

Entre sus escritos, el más famoso es el "Tratado de la verdadera devoción a María", que quedó inexplicablemente hundido hasta el 1842 cuando, hallado y publicado, llegó a ser el texto que formó a la vida cristiana y a la santidad simples cristianos, curas, Obispos y Pontífices: San Luis de Montfort habla de la "esclavitud de amor" como confianza y total consagración a María, para que nos transforme a imagen de su Hijo, completamente ofrecido al Padre en la Cruz, en la adoración y en el don de sí.

Esto es el centro de su existencia y de su predicación que muestra en todas su obras y, en particular, en la "Carta a los amigos de la Cruz", dirigida especialmente a los cristianos laicos que, sin abandonar al mundo, se quedan en ello para atestiguar la secuela de Jesús humilde, pobre, casto y obediente, ciertos que el acto de tomar la cruz y seguir al Redentor representa el verdadero camino para llegar a ser santos y conquistar el mundo por Él.

Él, en unión con María Santísima, contempla el Crucifijo, el amor y la pasión de Jesús, vuelve a vivir su don total, locura para el mundo sino única y verdadera sabiduría frente a Dios.

Llama sus "amigos" a desafiar el mundo en el Nombre del Crucifijo, porque el mundo será salvado no por la razón humana o por su poder, sino solamente por Cristo inmolado, sabiduría y potencia de Dios.

Mensaje de extraordinaria actualidad hoy: la confianza plena ( "la esclavitud de amor" ) a María Inmaculada, al Crucifijo y al Rosario, para llevar otra vez el mundo a Dios.

Paolo

Sacrificio y Resurrección: un nexo indisoluble

A Pascua regalamos huevos de chocolate, que simbolizan el nacimiento de los dioses en los mitos egipcios.

Por el contrario, ¿qué nos dona Cristo, el verdadero protagonista de la Pascua, que se deja matar sobre aquella cruz que la Unión de los Catequistas quiere volver a levantar en el mundo?

Una vía y una meta: Cruz y Resurrección.

Sin la primera, la segunda no existe.

En otras palabras, Jesús se sacrifica sobre el altar del Gólgota, sostenendo la más alta forma de sufrimiento físico y espiritual, para borrar el pecado que amenaza corrumpir de manera irreversible el destino sobrenatural del hombre.

La victoria sobre la muerte que se celebra el Domingo de Pascua no es un hecho aislado, mas bien es la consecuencia inmediata del sacrificio elegido libremente por Jesús para vivir con coherencia el amor desinteresado enseñado a sus discípulos.

El nexo indisoluble que une este sacrificio a la Resurrección ha sido oscurecido por aquella "ignorancia religiosa" que los Catequistas combaten.

Al "espíritu del mundo" la inmortalidad no le disgusta, pues rechaza la Cruz.

"Tengo muchos amigos de mi mensa, pero pocos de mi Cruz" leemos en el folleto "Cum Christo quocumque ierit", curado por Hermano Teodoreto: los verdaderos "amigos de la Cruz", explicaba el Fundador, bien conocen la fragilidad del hombre, su impotencia ante el peso intolerable del dolor, pero saben que la "scientia crucis" ( el "saber bien sufrir" ), impetrada a los pies del Crucifijo, es un medio muy poderoso para obtener la fuerza necesaria a superar la puerta estrecha que lleva al Reino de los Cielos.

Por el contrario, la huida del sacrificio y la búsqueda del gozo son los fundamentos del moderno bienestar.

Las renuncias son toleradas en función de nuestro buen éxito personal. Para Cristo no fue así. Su estilo de vida representa el vuelco del punto de vista humano.

Cada momento de Su existencia está dedicado a la salvación de los pecadores, aquellos mismos que lo han perseguido hasta su nacimiento.

Es la "venganza evangélica" que Hermano Teodoreto busca en la obra de Padre de Clorivière: combatir el mal con el bien.

Este sacrificio cotidiano, al fin, rebaja a Jesús hasta la humillación de la Cruz, bandera de la charitas divina, y Lo exalta en la Resurrección de los muertos, fundamento de la fe y de la esperanza cristianas.

La caridad, es decir la virtud por la cual ofrecemos nosotros a Dios sin condiciones, crece bajo el peso de la Cruz pero ésta, obligándonos a hacer renuncias, amenaza nuestro natural instinto de conservación: si perdemos nuestras pequeñas seguridades, tememos perder también el coraje de vivir.

Cristo sabes esto y por esto nos dona "el agua de vida" y, a través de los diarios de Fray Leopoldo, nos invita a contemplar la llaga del tórax, verdadero manantial del Espíritu.

Si la Cruz fomenta la caridad, ciertamente fe y esperanza se fijan en la Resurrección.

De esta, el cristiano que no vive solo de pan aprende y difunde una esperanza que vence toda amargura: la espera del "domingo sin ocaso".

Y entonces finalmente seremos libres y realizados como nunca podríamos ser en esta vida. Cuánto estúpido y forzoso aparece el optimismo humano frente a la sólida, firme y definitiva magnitud de la promesa de Cristo.

Sólo pensando en tanta absoluta y gratificante perspectiva, el alma se rellena de alegría y, temblante de impaciencia, querría encontrar una manera fácil y veloz para entrar en la Luz de Cristo.

Pues no: hay una prueba que superar, "lo terrible cotidiano", forma humana y personalizada de la "via crucis".

Algunas veces es más difícil vivir que morir, es más fácil esperar en los paraísos artificiales prometidos por la New Age, que no meditar en el sacrificio de Cristo, testimonio de vida eterna.

La resurrección funda también nuestra fe: "Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe" ( 1 Cor, 15-14 ).

Después de la muerte de Jesús los discípulos están en crisis, porque sienten un inconsolable sensación de vano, pero aquella desolación anuncia una plenitud: "Es necesario que yo vaya, porque si yo no fuera, el Consolador no vendría a vosotros" ( Gv 16,7 ).

El "Espíritu que da vida" ( Rom 8,11 ) glorifica a Jesús, santifica a los hombres y vivifica la Creación: he aquí el verdadero regalo de Pascua que nuestra fe espera por parte del Salvador.

Stefano